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HOY, ¿EL HOMBRE SIN VOCACIÓN?
I. El panteón
Hoy
Las cuestiones fundamentales de la vida corren el peligro de ser sofocadas o
eludidas.
El
sentido de la vida más que buscado viene impuesto: o por lo que se vive en lo
inmediato, o por lo que satisface las necesidades; la conciencia llega a ser
cada vez más extraña, y las cuestiones más importantes quedan sepultadas.
Un
aspecto caracteriza la actualidad socio-cultural europea: la abundancia de
posibilidades, de ocasiones, de solicitudes, frente a la carencia de
enfoques, de propuestas, de proyectos. Como
Resulta
difícil, en tal contexto, tener una visión unitaria del mundo y, por tanto,
llega a ser débil, también, la capacidad proyectiva de la vida. Cuando una
cultura, en efecto, no define ya las supremas posibilidades de significado, o
no logra la convergencia en torno a algunos valores como particularmente
capaces para dar sentido a la vida, sino que pone todo al mismo plano, pierde
toda posibilidad de opción proyectiva, de apertura a algo más grande, y todo
llega a ser indiferente y sin importancia.
Por
un lado, buscamos apasionadamente autenticidad, afecto, relaciones
personales, amplitud de horizontes; y por otro, nos sentimos fundamentalmente
solos, «heridos» por el bienestar, engañados por las ideologías, confusos por
el relativismo dominante.
II.
El grito
El
criterio con el que la mentalidad de hoy acostumbra a mirar el futuro se
centra en el provecho o el gusto o la comodidad para el individuo.
El
camino a elegir, la persona que amar, la profesión a desarrollar, la facultad
donde matricularse –todo está dispuesto de modo que se erija como criterio
absoluto la utilidad particular del individuo, dentro de horizontes que
reducen el deseo de libertad y las posibilidades de la persona a proyectos
limitados, con la ilusión de que somos libres.
Son
opciones sin ninguna apertura a lo que el hombre realmente desea, al misterio
y a la trascendencia. Quizá también con escasa responsabilidad respecto a la
vida, propia y ajena. Es, en otras palabras, una sensibilidad y mentalidad que
diseñan una antivocacional. Es tanto como decir que, en nuestro mundo,
culturalmente complejo y sin puntos precisos de referencia, el modelo
antropológico prevalente fuese el del «hombre sin vocación ».
III.
Nómadas
He
aquí una posible descripción: « Una cultura pluralista y compleja nos hace
jóvenes con una identidad frágil y fragmentada, con la consiguiente
indecisión crónica frente a la opción vocacional. Somos nómadas: circulamos
sin pararnos en el ámbito geográfico, afectivo, cultural, religioso. "Vamos
tanteando". Por esto tenemos miedo de nuestro porvenir,
experimentamos
desasosiego ante compromisos definitivos y nos preguntamos acerca de nuestra
existencia.
Si
por una parte buscamos, a toda costa, autonomía e independencia, por otra,
tendemos, como refugio, a ser dependientes del ambiente socio-cultural y a
conseguir la gratificación inmediata de los sentidos: aquello que "me
mola", que me “pide el cuerpo”, que "me hace sentirme
bien", en un mundo afectivo hecho a nuestra medida.
Produce
una inmensa pena encontrar jóvenes, incluso inteligentes y dotados, en los
que parece haberse extinguido el deseo de vivir, de creer en algo, de tender
hacia objetivos grandes, de esperar en un mundo que puede llegar a ser mejor
también gracias a su esfuerzo. Son jóvenes que parecen sentirse superfluos
en el drama de la vida, dimisionarios de la tarea que en la vida tendrían
que hacer, extraviados a lo largo de senderos truncados y aplanados en los
niveles mínimos de su tensión vital.
Son
jóvenes sin vocación,
pero también sin futuro, o con un futuro que, todo lo más, será una fotocopia del presente.
IV.
La esperanza del hombre de hoy:
la
vida como vocación.
La
vocación fundamental del hombre se contiene en la vocación a la vida y a una
vida concebida desde su origen a semejanza de la divina.
El
acto creador del padre es lo que provoca el conocimiento de que la vida es
una entrega a la libertad del hombre, llamado a dar respuesta personalísima y
original, responsable y llena de gratitud.
Dios
me ha llamado de la nada. Entre los miles de millones de seres
posibles, Él me ha elegido y me ha llamado a mí. Mi vida está constituida
por esa llamada. Mi vida continúa porque Él continúa llamándome
impidiendo que vuelva a caer en el silencio de la nada del que fui sacado. Mi
existencia es fruto del amor creador de Dios, de su palabra creadora. Vengo a
la vida porque soy amado, pensado y querido por una Voluntad que nos ha preferido
a la no-existencia, que nos ha amado antes de que fuésemos.
V.
Una voz me llama
Mi
vida es una Voz que me llama,
En
la existencia de algunos hombres la llamada de Dios se ha dejado realmente
sentir con la inmediatez concreta de una voz humana, suscitando la sorpresa o
el sobresalto que experimentamos cuando nos sentirnos llamar de improviso por
nuestro nombre.
Esto
es, pues, lo que anima la concepción cristiana de la vida: que la vida es
vocación, que la vida es llamada. Y el sentido de las cosas y de las
circunstancias consiste en que son como palabras en las que se articula el
sonido de esa voz inefable.
VI.
Fiarse
La
vocación es lo que explica, en la raíz, el misterio de la vida del hombre, misterio de predilección y
gratuidad absoluta.
De
hecho, existe una criatura en al que le diálogo entre la libertad de Dios y
la libertad del hombre se realiza de modo perfecto, de manera que las dos
libertades puedan actuar realizando plenamente el proyecto vocacional. Una
criatura que nos ha sido dada para que en ella podamos contemplar un perfecto
designio vocacional, el que debería cumplirse en cada uno de nosotros. María
es la imagen de la elección divina de toda criatura, elección que va más allá
de lo que la criatura puede desear para sí: que le pide lo imposible y le
exige sólo una cosa:
fiarse.
Ella
es modelo de la libertad humana en la respuesta a esta elección. Libre para pronunciar
su sí, libre para encaminarse por la larga peregrinación de la fe.
La
vida entendida como vocación es, por ello, la única concepción que hay de la
vida como algo vivo. Fuera del amor no hay vida humana. Cualquier otra
concepción de la vida reduce ésta a algo mecánico, rutinario. Desde
esta llamada, la vida se convierte, por el contrario, en una gran aventura.
La
conciencia de que la vida es un don no debería suscitar solamente una actitud
de agradecimiento, sino que debería sugerir la primera gran respuesta a la
cuestión fundamental sobre el sentido: la vida es la obra maestra del amor
creador de Dios y es en sí misma una llamada a amar.
“El
amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano “ (JP
II)
VII.
Un lugar: Cristo
Gracias
a este amor que lo ha creado nadie puede considerarse superfluo, porque es
llamado a responder según un designio de Dios pensado exclusivamente para él.
Y
por tanto, el hombre será feliz y plenamente realizado estando en su lugar,
aceptando la propuesta del amor de Dios.
Este
«lugar» es uno solo: Cristo, al que debe pertenecer el hombre si no quiere
faltar irremediablemente a su vocación de hombre. Participar de la vida de
Cristo constituye el contenido esencial de toda vocación humana. La vocación
de todo hombre y mujer se realiza en referencia a Jesucristo.
Estamos
llamados a vivir y ser en Cristo.
El
hombre es vocación a Cristo, por lo mismo, vocación a
Si,
pues, todo ser humano tiene su propia vocación desde el momento de su
nacimiento, existen en
“
“Cuando
pienso en el mundo,
que se apaga y muere por la falta de Cristo; cuando pienso en el caos profundo en que se desbarranca la inquieta y ciega humanidad por la falta de Cristo; cuando me encuentro con la fuerza de la juventud marchita y destrozada en la primavera misma de la vida por falta de Cristo, no puedo ahogar las quejas de mi corazón. Quisiera multiplicarme, dividirme, para escribir, predicar, enseñar a Cristo. Y del espíritu mismo de mi espíritu brota contundente y único grito; ¡Mi vida por Cristo!”
Juan
Pablo II
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